La historia es dinámica. Nunca somos totalmente iguales a como éramos antes. Pudiéramos decir que vamos madurando con los años y con ello depuramos nuestras actitudes y visiones hacia la vida. En algún punto, reflexionamos y enmendamos. En otros, asumimos rutas que nos llevan por nuevos caminos que no habíamos atravesado. Lo importante siempre es, darse la oportunidad de mirar con humildad el trayecto para conocer y aprender.
La fe cristiana en el ser humano no es muy distinta a lo que he presentado. La vida de oración, el estudio bíblico, las expresiones de alabanza, los actos de servicio, entre otras cosas más, deberían llevarnos por rutas que nos ayuden a conocer con humildad quien es Dios y cómo le podemos conocer cada vez más. Es probable que eso suponga revisar, observar y caminar.
En un momento dado, hubo un hombre llamado Nicodemo, que se le acercó a Jesús porque había concluido que todo lo que hacía debía provenir de Dios por todas las cosas que estaba haciendo. Su revisión de la ley y observación de lo que hacía Jesús, le había llevado a considerar un nuevo camino a base de sus reflexiones. La respuesta de Jesús fue muy sencilla: “De veras te aseguro que quien no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3, NVI). En otro momento le recalca: “Yo te aseguro que quien no nazca de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios” (Juan 3:5, NVI). La expresión de Jesús afirma la importancia de renacer y con ello de vida del espíritu.
El renacimiento ubica en darle vida a lo que suponemos está muerto o a punto de fallecer. Es dar un giro a la ruta que nos lleva al deterioro. Es no darle continuidad a lo que en última instancia pareciera darnos la impresión de la vida cuando en efecto estamos muertos. Con vergüenza, reconozco que en algunas ocasiones ese es el resultado del ejercicio religioso sin actividad del espíritu. Es actividad muerta que se fundamenta en la opresión y anula la libertad.
Ya sabemos lo que ocurrió luego de la Edad Media. El ejercicio religioso apoderado de una vida teocéntrica (o más bien basada en los dogmas de la iglesia), oprimieron al ser humano y produjo lo que se conoció como el renacimiento. Su base fue como lo central de la vida en el ser humano . Allí surgieron las ideas y el desarrollo del conocimiento para darle marcha a muchas cosas que el fervor religioso había obstaculizado. La contribución en las artes y el campo del conocimiento del renacimiento es importantísimo. Se promovió el saber como instrumento de vida y como semillero del campo del humanismo.
El problema estriba cuando pensamos que renacer es que podemos hacer todo por medio de nuestras fuerzas y conocimientos. Tales cosas, nos llevan a otros caminos de la arrogancia y la prepotencia y puede dirigirnos a la vanidad que destruye la sensatez.
Por eso es tan importante recordar lo que es el bautismo para el creyente. Allí se renace del agua y del espíritu, para ser instrumento que, unido a Cristo pueda ser agente de transformación del mundo para obtener nuevos frutos. En ese caso, el verdadero renacimiento no es solo para saber, sino para ser. Después de todo, el conocimiento sin sensibilidad es orgullo y vanidad. En cambio, nacer del agua y del espíritu, supone morir al ego de ser autosuficientes y dejarnos dirigir por el espíritu a una nueva vida. Es unirnos a Cristo y ahí, somos nueva criatura. Lo viejo pasó para una nueva identidad en Él.
Bendiciones,
Rev. Eliezer Ronda