El abrazo de Papá Oso

De las historias que recuerdo cuando era niño estaba la de Ricitos de Oro. Aquella niña que atravesaba por el bosque irrumpe en una casa que le llama la atención. Al entrar se encuentra con platos, sillas y camas de diversos tamaños. La curiosidad de la niña, la llevaba a acercarse al plato, la silla y la cama más grande que aquella que era conforme a su tamaño. Aquella niña luego de examinar la casa, se queda dormida en la cama del osito. Allí es sorprendida por la familia y huye a su casa asustada por la mirada aterradora de Papa Oso y su familia.

Por alguna razón, la mirada de los padres es asociada con intimidación y provoca la huida de personas en el hogar en vez de confianza. En una cultura patriarcal, donde el varón se ve como centro de comando por intimidación, fallamos en la ejecución de la seguridad. Confundimos significado por tamaño, autoridad, por abuso, influencia, por imposición, seguridad y por intimidación. La crisis de la paternidad está encerrada en la imposición de la fuerza en vez de la sensibilidad.

La manera en que muchas personas recorren por zonas boscosas en la vida, les lleva a escenarios donde intentan encontrar hogares que les den valor ante la amenaza la tenebrosidad del bosque. El hecho de que Ricitos de Oro pruebe el plato, la silla y la cama que atrae su atención nos deja ver a una nueva generación que divaga en búsqueda de un hogar e intenta encontrar un espacio. Se necesitan espacios que alimenten el corazón como aquel plato en la mesa. Hay la necesidad de sillas que permitan conversaciones de vida y esperanza ante las vulnerabilidades que tenemos. También hacen falta camas que nos permitan descansar ante toda la fatiga que nos ha llevado por los bosques de la vida.

Creo que esta historia es mucho más profunda de lo que inicialmente vemos en la trama de la incomodidad de la familia al ver una extraña en su casa. Me parece que ella estaba buscando hogar en vez de ser abordada por la curiosidad. Como padres, estamos llamados a ser gestores de hogares de vida y no casas que llamen la atención. De lo contrario, como destaca el predicador en el libro de Eclesiastés, tal cosa es vanidad y aflicción de espíritu.

Me pregunto.. ¿Cómo sería nuestra tierra si en vez de reaccionar con vozarrones de intimidación y molleros de “macharranería”, hubiera abrazos de oso en el hogar? Me refiero a aquellos que son fuertes, respetuosos y que en su contacto demuestran cariño, empatía y sensibilidad. Esos producen alimento, conexión y descanso al corazón de la familia. El poder del abrazo vence temores y acerca las fronteras que el miedo ha trazado en el centro del hogar.

En una ocasión, había un padre que desesperadamente fue donde los discípulos de Jesús porque su hijo estaba atormentado por un demonio. Llevaba muchos años en esa situación. Tal desesperación, llevó que aquel padre buscara ayuda con los discípulos de Jesús. Luego de la inefectividad de los discípulos de lograr manejar la situación, Jesús conversa sobre cuánto tiempo llevaba aquella situación. El padre contesta que desde muy niño eso ocurría le abre su corazón, para confesarle que ha perdido su confianza y que aunque quería creer, era incrédulo.

El texto lo dice de esta manera:

Jesús le dijo:

—¿Cómo que “si puedes”? ¡Todo es posible para el que cree!

Entonces el padre del muchacho gritó:

—Yo creo. ¡Ayúdame a creer más!

(Marcos 9:23-24, LBLA)

Asumo que muchos varones creen que no pueden ser padres cariñosos y que no pueden dar los poderosos abrazos de oso. Creo que debemos superar nuestra incredulidad que no sabemos cómo abrazar. Amemos. Abracemos. Demos valor con el abrazo de Papá Oso. Dejemos la “macharranería” y seamos varones con un corazón de padre. Después de todo, todo es posible para el que cree. Nos toca ser humildes. Nos corresponde comprender que necesitamos de la intervención de Dios en la crianza y que debemos retomar a Dios como modelo de paternidad. Que venga el abrazo de Papá Oso. 

Bendiciones,

Rvdo. Eliezer Ronda.