Las pasadas semanas en Puerto Rico han estado llenas de mucha preocupación y agitación. Entre los temblores que han afectado a nuestros hermanos que residen en el sur, la dejadez en la entrega de suministros amontonados en un almacén en de Ponce y la petición pública de la renuncia de gobernantes de turno ante la incomodidad acumulada de un país herido, estamos en la nueva frecuencia de réplicas que agrandan las grietas del país. Hace mucho tiempo que las grietas de nuestra tierra han estado sufriendo por los constantes movimientos de tierra que cada vez van deteriorando nuestras estancias.
Ya nos somos los mismos. Los temblores tienen su epicentro en el dolor de la dignidad del pueblo que vive la tragedia de sentir apatía de quienes aspiran a liderar los procesos de administración. Con ello, vienen los choques de ideas y luchas de propuestas. Surge la frustración junto con la indignación que nos lleva a expresar ira, dolor y rebelión. Las placas tectónicas del sufrimiento del país están activas y cada vez sacuden el corazón de nuestro pueblo.
Meses atrás, surgió un movimiento masivo de pueblo que lo identifican como el Verano del 19. Ya no es verano. Mas bien es invierno. Ambos eventos caen luego de solsticios que apuntan a cuán cercano o alejado nuestro hemisferio está del sol. Es un nuevo año, mirándonos en el espejo de aquel solsticio. La diferencia del invierno al verano es que la distancia con el sol es mayor y la penumbra es mayor. Es como aquella madrugada del 7 de enero en la que se nos movió el piso.
Entre temores y ansiedades buscábamos ayuda en medio del desorden que había provocado aquel terremoto en nuestras casas. Peor aún, el sol no salía. Era oscuro. Vivíamos en carne propia un solsticio personal que llenó de ansiedad el ambiente. Así nos encontramos. En oscuridad para encontrar la luz.
La manera en que la corrupción gubernamental ha tomado su curso, ha llevado al país a una oscuridad tenebrosa que se entremezcla con la angustia. No parece ver iluminación en medio del túnel tan estrecho que ha secuestrado a nuestro país. Para eso, nos toca ser luz que oriente este momento. Eso no supone nuestro silencio. Requiere nuestra voz y acción.
Por eso, el profeta Isaías lo expresó así: “El ayuno que a mí me agrada es que dejen de oprimir a quienes trabajan para ustedes y liberen a los que están esclavizados y que, ¡acaben con toda injusticia! Ayuno es que compartan su alimento con los hambrientos y que alberguen en sus hogares a los indefensos y menesterosos, que vistan a los que padecen frío y ayuden a todo aquel que necesite de su auxilio. Los que practican esta clase de ayuno brillarán como la luz de la aurora, y el Señor sanará todas sus heridas. Además, la justicia será su guía y la gloria del Señor será su protección a sus espaldas. Cuando me invoquen, yo les responderé. Si gritan pidiendo ayuda, yo les diré: «¡Sí, aquí estoy!». Si ustedes hacen desaparecer la opresión, si dejan de acusar a los demás y de levantar calumnias, si dan de comer al hambriento y ayudan a los que sufren, entonces su luz brillará entre las tinieblas, y su noche será como luminoso día. Yo, el Señor, los guiaré de continuo, y les daré de comer en el desierto y siempre tendrán fuerzas. Serán como huerto bien regado, como manantial que fluye sin cesar. Sus hijos reedificarán las ruinas de sus ciudades, por tanto tiempo convertidas en desiertas ruinas, y a ustedes se les conocerá como reparadores de muros caídos, reconstructores de casas en ruinas. (Isaías 58:6-9, NBV).
Hemos pasado por la noche más larga del año para acercarnos a una primavera que florece y apunta a que se dará una nueva. Ya sabemos que el fruto de la justicia será la paz. Solo requiere que velemos con prudencia que se no destruya el potencial del fruto que ha sido sembrado y que será cosechado. El invierno que llegó, ya muy pronto se acaba. Estamos floreciendo y muy pronto cosecharemos.
Bendiciones,
Eliezer Ronda Pagán