En cualquier momento del verano, cuando no había clases, mis padres me dejaban en casa de mi abuela. Allí nos encontrábamos con los primos cada día de la semana. No habían tabletas ni juegos de vídeo. Tampoco muchos juguetes. Lo que había era patio y como de 6 a 10 primos que estábamos juntos en la casa por varios días. Jugábamos escondite, tocaíto y el típico 1, 2, 3 pescao. Usualmente los mayores eran quienes “se quedaban” y gritaban el estribillo para luego ver cuánto podíamos mantener el temple paralizado y no perder nuestro lugar. A veces lo perdíamos y teníamos que volver a comenzar. En otras ocasiones, lo lográbamos y determinábamos quiénes podían seguir en el juego, porque no eran sorprendidos fuera de concentración. Habían sido pescados. Era el ejercicio de pescar fuera del agua.
Desde las expresiones populares nuestras, me llama la atención las connotaciones negativas o peyorativas que suele tener el concepto del pescao. Es usual escuchar el decir que “le tiraron un pescaíto” para hablar de un intento de engaño. También podemos escuchar que eso “huele a peje de maruca” cuando algo es altamente sospechoso. En ocasiones, oímos que lo vendieron a precio de “pescao abombao” cuando no honran el valor de lo que verdaderamente posee un artículo. Además, cuando alguien parece que nos está intentando engañar podemos decir: “Mere pescao” con ese intento de no caer de tontos ante las artimañas de la trampa.
Al acercarnos a la Escritura, vemos que la actividad de la pesca era usual entre las comunidades de la época. Varios de los seguidores de Jesús estaban dedicados a la pesca como manera de ganarse la vida. En una ocasión Él se encontró con Pedro y su hermano Andrés que estaban echando redes al mar. Al verlos, los llamó y “les dijo —Síganme, y yo los haré pescadores de hombres”(Mateo 4:19, DHH). Lo que Jesús quiso hacer era transformar el paradigma de la pesca y el pescado. Les habló de usar sus destrezas para alcanzar seres humanos. Era una convocatoria para explorar desde sus capacidades, cómo podían transformar lo que pensaban que eran ellos a cómo Dios les miraba.
Al considerar la evangelización, muchos pensamos que es tarea compleja; que es para otros. Hasta pudiéramos reconocer que es más fácil decir: “Mera pescao, eso es para otro”, cuando en esencia lo que Dios quiere hacer es cambiarnos el paradigma de lo que es la pesca y nuestra capacidad de ser instrumento de bendición en las manos del Señor. En el llamado de Dios no hay ningún pescaíto. Lo que hay es la necesidad de ir a buscar a los seres humanos que están necesitados de esperanza. No podemos quedarnos paralizados e inmóviles ante tanta necesidad. La vida no es un juego de 1,2,3 pescao. Mas bien es entender que debemos ser pescadores de quienes se han visto paralizados por el pecado, dejarles saber que pueden encontrar vida con el toque de Dios para sus corazones. En todo caso, debemos salir del 1,2,3 pescao al 1,2,3 pescador.
Es tiempo de pescar, abrazar y movilizarnos a la gran comisión.
Bendiciones,
Eliezer Ronda Pagán