Todos lo hemos experimentado. En algunas ocasiones el miedo tiende a ocurrir por la relación con la realidad que tenemos de cerca. En otras, a la preocupación de lo que entendemos que pudiera ocurrir contrario a nuestro deseo. En momentos surge a raíz de las heridas del pasado que hemos atravesado y en otros, como sensaciones del presente que alteran nuestras emociones con lo que pudiera surgir en el futuro. El miedo es una realidad a la que nos enfrentamos todos. Siempre tiene que ver cin un estado inseguridad de lo que ocurrirá ante lo que se viste de amenaza. Requiere enfrentarlo con sabiduría para no manipular las emociones y tornarnos en agentes del terror en vez de la esperanza que puede vencer lo que nos aterra.
El miedo no es ajeno a quienes profesamos la fe. De hecho, muchos han desarrollado el discurso de la noticia del evangelio a base del miedo. Tornamos el púlpito y acciones “evangelizadores” en escenarios de terror para amedrentar al oyente. De igual manera, los medios de comunicación masiva, ya no son controlados por las altas gerencias tradicionales del pasado, como la prensa radial, escrita y televisiva. Ahora predominan las redes sociales y artefactos de comunicación instantánea. Tenemos acceso a la información y también a la desinformación. Con ello, vienen las alarmas del terror de otros desastres naturales, la amenaza del descalabro gubernamental y la proximidad a la alta criminalidad, entre tantas cosas que cada vez resuenan en nuestro radar de información. No es para menos que nos encontremos con un país reactivo y de “mecha corta” que ante la menor sospecha, dispara lo que siente, sin pensar.
No podemos ignorar que este pasado siglo, Puerto Rico ha experimentado una serie de eventos que han marcado severamente nuestra actitud hacia el presente. Nos ha alcanzado el coraje ante la inconsistencia y e incapacidad del manejo de la crisis que hemos experimentado. Hemos tenido altos funcionarios electos y no electos, acusados de esquemas de corrupción fiscal. Algunos han traspasado la línea de lo fiscal a la quiebra moral y ética de la manera de proceder con los demás. Además, hemos tenido desastres naturales que han destruido nuestra infraestructura y han expuesto la debilidad de lo que una vez consideramos seguro. Es ahí, cuando la seguridad se ve quebrada, que nos alcanza el miedo.
La reacción ha sido una entremezclada con indignación, coraje y frustración. La manera en que se exponen malas decisiones de manejo de activos financieros, a cuentas fantasmas, dan la impresión de que estamos ante fantasmas cuyo fin es seguir aterrando la esperanza del país. De ahí que somos rehenes del temor. Necesitamos ser liberados de aquello que nos tiene paralizados y azotados en el camino. Por eso, escuchamos expresiones de campañas como ir “sin miedo” o destacar que “somos más y no tenemos miedo”. Cada una de ellas tiene su mérito y razón de ser. Nos corresponde verificar, cuales son las motivaciones para expresar nuestra falta de temor. De ninguna manera, este escrito está basado en cancelar la demanda de las expresiones. Mas bien, el enfoque está en cómo lidiamos con la actitud de compartir los principios fundamentales del evangelio que ante todo es la buena noticia.
Nuestra convocatoria evangélica es proclamar la buena noticia en un mundo de malas noticias. El momento es propicio. El anuncio que demanda que la expresión de coraje no quede sumergida en la provocación del odio y venganza. Nos exige ante todo, que mostremos todas las maneras posibles de conducirnos con amor para la transformación de aquello que nos ha lastimado. Pero no es asumir una actitud pusilánime de enfrentar el desafío. Es imprescindible no caer en el juego de discusión estéril de ganar argumentos por derrotar con el verbo sin transformar en contexto. El contexto del evangelio es un antídoto al miedo como expresión fundamental para fomentar nuestra vocación. Asó lo leemos en el texto bíblico: “Donde hay amor no hay miedo. Al contrario, el amor perfecto echa fuera el miedo, pues el miedo supone el castigo. Por eso, si alguien tiene miedo, es que no ha llegado a amar perfectamente” (1 Jun 4:18, DHH). No hay base para el miedo cuando el amor es el fundamento. No hay necesidad de la amenaza cuando el evangelio es el fundamento. La cantidad en ese momento es irrelevante cuando la calidad del mensaje trasciende el número. Para amar no se necesita un número, se necesita actitud.
En una ocasión Pedro y Juan fueron amenazados por el alto liderato religioso por predicar al quedar sano el cojo frente al pórtico de La Hermosa. Lastimosamente, el liderato religioso estaba más preocupado por que “se siguieran las reglas” que por el beneficio de un cojo que no podían caminar. Para ellos el día de reposo superaba, la necesidad de una persona. Por eso, amedrentaron para que dejaran de predicar. Eran más que la iglesia naciente. Eran más, pero estaban llenos de miedo, por que no amaban. Pedro y Juan, eran menos, pero no tenían miedo. Su oración fue por derrotar la amenaza con la convicción de que habían visto y oído. Lo hicieron así: “Ahora, Señor, fíjate en sus amenazas y concede a tus siervos que anuncien tu mensaje sin miedo” (Hechos 4:29, DHH).
En este momento, nos toca crecernos como país. Puerto Rico necesita mensajeros que afirmen la buena noticia que el pecado que ha destruido nuestra moral, puede ser restaurado con el poder el evangelio. Anunciar el evangelio del reino que transforma el presente, es asunto de minoría. Hacerlo con la convicción que restaura con la gracia que hemos sido alcanzados, no es llamativo para los demás. No podemos caer, en el discurso destructivo con el otro. Nos toca ser instrumentos del amor, como hemos sido amados. Amemos como hemos sido amados. Es en su perfecto amor, el miedo es erradicado. Estoy convencido que somos menos los que pensamos así. Al hacerlo con entrega, seremos menos, pero no tendremos miedo. El amor de Dios es potencia mayor y erradica el temor y con ello la esperanza de un país moribundo que necesita de ser auxiliado con el poder del evangelio del reino que afirma que reino de Dios es justicia, gozo y paz en el Espíritu Santo.
Bendiciones,
Eliezer Ronda Pagán