Un paraíso en la pandemia

“Entonces Jesús le dijo: "En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23:40)

Tal vez hemos leído o escuchado las expresiones de Jesús en medio el doloroso momento de su crucifixión.  Ciertamente tenemos la oportunidad de exponernos a diversas interpretaciones y puntos de vista sobre estas palabras.  Siempre me ha llamado la atención que esta promesa hecha por el Salvador ofrece una garantía a quien posiblemente, en nuestro pensamiento humano, no creemos que merezca tal galardón.  Podríamos pensar que el malhechor, al verse cercano a la muerte y en medio del dolor del castigo de la cruz, entendió que no tenía nada que perder.  Tal vez él vio una posible ganancia el pedirle a Jesús que se acordara de él cuando viniera su reino.  Nos ha pasado a todos en algún momento como reza el dicho popular: “Nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena”.   Conociendo Jesús el interior del corazón, su amorosa respuesta nos muestra varias verdades del carácter de Dios manifestado en Él.    

Dios es siempre bueno. En medio de nuestras dificultades y sin importar nuestro pasado, Dios nos acoge y nos garantiza su cubierta y provisión cuando acudimos con sinceridad delante del Él a pesar de nuestras debilidades y errores.  No le importa si le ignoramos en el pasado, Él nos responde con apertura en nuestros peores momentos.

Dios es siempre oportuno.  Cuando más le necesitamos y en medio de la crisis, Dios está disponible para que podamos gozar de los beneficios de su cuidado y compañía.  Nunca llega tarde.  Su respuesta es para hoy, al igual que la recibió el malhechor en el relato del Calvario.

Dios es siempre fiel.  La promesa realizada desde la cruz resulta una garantía de su fidelidad.  Él está presente en todo momento incluyendo en el peor escenario imaginable cuando se nos hace difícil tener esperanza. 

Este relato también nos presenta realidades que aplican a toda persona. 

Nosotros siempre necesitamos.  Los momentos como los que vivimos actualmente hacen evidente nuestra incapacidad para enfrentar solos nuestras crisis personales y colectivas.   El malhechor pidió ayuda.  Jesús le atendió y le respondió.  Nosotros también podemos pedir con toda confianza Su ayuda y recibirla.

Nosotros siempre somos amados.  No existe nada que pueda separarnos de la promesa de amor de nuestro Dios.  Nos recibe tal y como somos.

Nosotros nunca estamos solos.  Jesús pudo compadecerse porque experimentó el mismo dolor que el malhechor que estuvo a su lado.  Podemos contar con su compañía porque puede relacionarse con nuestras experiencias y sensaciones humanas de temor e incertidumbre.  Él conoce cómo sentimos, por eso nos puede entender y acompañar.

Este tiempo incierto y de pausa es oportuno para mirar con confianza la verdad de la promesa de que podemos estar con Jesús hoy en el paraíso de Su presencia.  Nos resta creer.

Leonel Guerrero Rodríguez