45 En seguida hizo a sus discípulos entrar en la barca e ir delante de él a Betsaida, en la otra ribera, entre tanto que él despedía a la multitud. 46 Y después que los hubo despedido, se fue al monte a orar; 47 y al venir la noche, la barca estaba en medio del mar, y él solo en tierra. 48 Y viéndoles remar con gran fatiga, porque el viento les era contrario, cerca de la cuarta vigilia de la noche vino a ellos andando sobre el mar, y quería adelantárseles. 49 Viéndole ellos andar sobre el mar, pensaron que era un fantasma, y gritaron; 50 porque todos le veían, y se turbaron. Pero enseguida habló con ellos, y les dijo: ¡tened ánimo; yo soy, ¡no teman! 51 Y subió a ellos en la barca, y se calmó el viento; y ellos se asombraron en gran manera, y se maravillaban” (Marcos 6:45-51”).
Para nosotros, la palabra tormenta es muy conocida. Saber que hay una posibilidad, aunque sea remota, de la llegada de una a nuestra zona, genera preocupación y ansiedad en nuestras vidas. Sobre todo, después de la experiencia que tuvimos con el huracán María. Uno de los procesos de la formación de estos sistemas atmosféricos es que el aire se mueve hacia arriba y se aleja de la superficie (tierra y mar). En otras palabras, cerca de la superficie hay menos aire. Sabemos que el aire es vital para nuestra estabilidad física, así lo es para la estabilidad atmosférica.
Cuando viene una tormenta, escuchamos noticias y muchas voces que nos hablan sobre ella. Vemos a la gente prepararse y eso nos genera intranquilidad y ansiedad por lo que se aproxima. Cuando la tormenta toca tierra, vemos los vientos, cosas volando, escuchamos el zumbido de las ráfagas y vientos fuertes. Podemos experimentar miedo y ansiedad. De la misma manera que la superficie pierde aire durante la formación de una tormenta, en nuestra vida sentimos miedo y ansiedad. De la misma manera que la superficie pierde aire cuando se está formando una tormenta, nosotros también.
Así sintieron los discípulos que estaban en la barca; miedo, ansiedad, desesperación, falta de control y una gran inestabilidad. Estaban en el mar, en donde los sistemas atmosféricos adquieren mayor energía. Ellos trataron de controlar el rumbo de la barca, pero no fue hasta que Jesús subió a la barca que el viento se calmó. El primer capítulo de Juan, nos dice que el Verbo era Dios, estaba con Dios, se hizo carne y habitó entres nosotros. Ese Verbo (acción), lo podemos ver de diversas maneras en favor de nosotros. En primer lugar, dice que Jesús los vio remar con gran fatiga. Él ve nuestra necesidad. Él sabe qué nos hace falta: “así que mi Dios les proveerá de todo lo que necesiten, conforme a las gloriosas riquezas que tiene en Cristo Jesús” (Filipenses 4:19 NVI). Por otro lado, Jesús “vino a ellos”. No solo nos ve, sino que no nos ignora, es empático y sensible hacia nuestra situación y viene a nuestro auxilio. En Filipenses 4:5 dice: “el Señor está cerca”, ¡ALELUYA! En ocasiones, cuando pasamos por momentos difíciles, podemos estar callados. Pero en otros momentos necesitamos que alguien solamente nos escuche. Jesús no solo los vio y se acercó, sino que los escuchó cuando ellos “gritaron”. Sabemos que Él los escuchó, porque de inmediato les dice: “¡tened ánimo!; yo soy, ¡no temas!” Recuerdo, que cuando nació mi hija menor, me la pusieron en el hombro, cerca de mi cara y lloraba mucho. Le dije: “ya mamita, estoy aquí” e inmediatamente se calmó y dejó de llorar. Él es esa voz que nos da seguridad y nos dice que vamos a estar bien y que no estamos solos. Él nos habla directamente a nuestra situación de inestabilidad, miedo y ansiedad. Finalmente, Jesús se hace presente y nos acompaña. En el pasaje vemos, que después que los vio, se acercó, los escuchó y les habló; “subió a ellos en la barca”. No simplemente subió, sino que subió a ellos, a acompañarlos, a cubrir su necesidad, a estar en su situación. Isaías 41:10 afirma: “no tengas miedo, pues yo estoy contigo; no temas, pues yo soy tu Dios. Yo te doy fuerzas, yo te ayudo, yo te sostengo con mi mano victoriosa”. (DHH)
Confiemos plenamente en nuestro Señor y Dios, así como un niño confía en la seguridad total que su padre, madre o tutor le da. Recuerda, Dios nos ve, se acerca, nos escucha, nos habla y viene a nosotros todo el tiempo. En Él tenemos el aire que necesitamos, la seguridad que anhelamos... la calma para nuestra tormenta. ¡Dios te bendiga! “Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso” (Mateo 11:28 NVI).
Patria López Matos