Soy de esas personas que poseo o creo yo, que tengo buena memoria. Puedo recordar detalles en conversaciones que tengo con personas, la ropa que llevaba puesta, estilo de peinado, entre otras cosas. Lo más triste de todo, es que no puedo recordar muchas veces dónde dejo las llaves de la casa. Por más porta llaves que tenga en la casa, ocasionalmente, más de lo que quisiera, no las encuentro. Eso hace que el tiempo de salida sea toda una odisea y se convierta en un “scavenger hunt” por toda la casa. Busco en la cama, los muebles, el carro, la ropa y hasta en las gavetas de la cocina, para luego tener que concentrarme bien y recordar en dónde las ubiqué. Cuando las encuentro, las miradas de Raquel y Racheli se entrelazan con cejas elevadas en una mirada de revivir la historia otra vez.
Todos, en el algún momento, hemos pasado por esa sensación de buscar algo que no encontramos. Puede ser un documento para una gestión administrativa, tal vez una receta de un medicamento o hasta pudiera ser dinero para alguna gestión personal que es indispensable tramitar. Mientras sigo meditando en la diferencia entre mi memoria larga y mi memoria corta, es bueno pensar en cómo respondemos al momento de buscar lo que no encontramos.
Hay una gran relación entre la memoria y la búsqueda. Los detalles que retenemos son aspectos que apreciamos y le damos valor para recordarlos. Por otro lado, lo que buscamos con interés, es porque posee un gran valor. Si no fuera valioso e importante, no se buscaría. La búsqueda supone interés, valor e importancia.
La vida nos lleva por diversos escenarios que en ocasiones nos sentimos perdidos. Por diversas razones nos desorientamos y perdemos el rumbo hacia donde vamos. Lo triste es que aun teniendo consciencia perdemos la noción. Esa es la realidad de lo que produce el pecado en el ser humano. Nos engaña y nos desvía de la dirección. Peor aun, nos hace creer que no tenemos ningún valor porque nadie nos busca o procura. Ahí consta el peligro. Pensar que no somos importantes, nos lleva a perdernos en nosotros mismos.
El evangelio nos recuerda que Dios nos ama. Nos afirma que “Dios mostró el gran amor que nos tiene al enviar a Cristo a morir por nosotros cuando todavía éramos pecadores” (Romanos 5:8, NTV). Su amor a la humanidad es en respuesta a que estamos en su memoria. Por eso, el salmista se admira cuando escribió: “Cuando miro el cielo de noche y veo la obra de tus dedos —la luna y las estrellas que pusiste en su lugar—, me pregunto:¿qué son los simples mortales para que pienses en ellos, los seres humanos para que de ellos te ocupes?” (Salmo 8:3-4, NTV). Desde la creación de la humanidad, cada ser humano está en la memoria de Dios.
El evangelio nos recuerda que Dios nos tiene en su memoria. Nos ama y por eso responde con una oferta de salvación cuando el pecado nos desorienta. Al estar perdidos, Dios nos busca para dejarnos saber cuánto nos ama y el valor que tenemos. El texto bíblico nos recuerda que Dios ha ido en nuestra búsqueda mientras nos sentimos perdidos. Lucas lo destaca desde lo asombroso que hace un pastor de ovejas que es capaz de dejar 99 para ir en la búsqueda de una que está perdida.
Lo hace en la imagen de una mujer que busca en toda la casa la moneda perdida hasta que la encuentra. También en el carácter de un padre que emprende la búsqueda de un hijo que lo desprestigió. En todas, hubo una fiesta de celebración. El valor de lo perdido es meritorio de ser celebrado.
No hay ninguna razón para dar lugar a que no tengamos valor. Todos estamos en su memoria. Es probable que te sientas perdido y a lo mejor lo estás. Lo importante es saber que no hay necesidad de quedarte de esa manera. Eres importante para Dios. Te ama y te busca.
Seamos como Cristo. Démosle valor a los demás y hagámosle saber que le amamos y que están en la memoria de Dios. Busquemos y anunciemos la buena noticia a otros, del amor de Dios que quita el pecado a través de Cristo Jesús.
Bendiciones,
Eliezer Ronda