Recuerdo que hace unos años Raquel me regaló un “gustazo” para un gimnasio. Me atrevo a decir que me obligó con su mirada llegar hasta allá. Por amor y respeto, fui. Tomé toda la orientación e hice toda la primera rutina de ejercicios que me sugirieron. Al terminar, me percaté cuán fuera de condición yo estaba. Ese fervor atlético que había tenido como adolescente solo quedaba en mi imaginación y en el recuerdo. No estaba en forma. Necesitaba ponerme en condición.
Luego de un tiempo decidí que fuera desafiado por un entrenador personal. Allí, por varias veces en semana, hacíamos todo tipo de ejercicio. Desde piernas, pecho, espalda, brazos y yo creo que la vida. Las pocas cosas que me sugería, las podía hacer. Algunas con dificultad y otras con mucha más dificultad. Donde más trabajo tenía era en lo que ocurría cuando no estaba entrenando. Ese espacio de la alimentación era parte vital del entrenamiento. No se trataba de lo que hacía solamente, sino de aquello que consumía. De ahí que era retado cada vez más a consumir menos azúcares y entrenar más.
Muchos de nosotros como cristianos, al llegar al templo venimos con reservas. No sabemos si pertenecemos o pudiera ser necesario. Todos sabemos que necesitamos crecer en nuestra espiritualidad, pero no sabemos si podemos dar la talla. La realidad es que siempre hay áreas de nuestra vida que podemos trabajar. Siempre hay espacios para mejorar. Nunca estamos culminados. Hay cosas que debemos retomar.
Algunas personas destacan que el rendimiento de todos es mejor cuando somos desafiados en algún reto. Con ellos crecemos, progresamos y maduramos. En otras palabras, al ser retados, damos lo mejor de nosotros y no lo peor.
Estamos confrontados con no dar poco, sino todo. Este es el proceso al cual somos convocados por Dios. No es posible crecer en nuestra fe si no lo damos todo y nos damos por completo. Por eso, queremos crecer en nuestra iglesia con esta jornada que hemos llamado el Reto Metropolitano donde por 5 semanas estaremos siendo desafiados en ser una comunidad auténtica, en una vida de adoración, en crecer en la palabra, en ser generosos y ser agentes de compartir la buena noticia del evangelio del amor de Dios.
Este reto es para crecer y madurar. Es ser sal y luz de Cristo. Es para crecer en nuestro llamado como iglesia. Así lo leemos en el texto bíblico: “No quiero decir que ya haya logrado estas cosas ni que ya haya alcanzado la perfección; pero sigo adelante a fin de hacer mía esa perfección para la cual Cristo Jesús primeramente me hizo suyo. No, amados hermanos, no lo he logrado, pero me concentro únicamente en esto: olvido el pasado y fijo la mirada en lo que tengo por delante, y así avanzo hasta llegar al final de la carrera para recibir el premio celestial al cual Dios nos llama por medio de Cristo Jesús. (Filipenses 3:12-14, NTV).
Vamos iglesia. Extendámonos para servir. Seamos reino de Dios.
¿Aceptas el reto?
Bendiciones,
Eliezer Ronda Pagán
P.D. Tengo que volver al gimnasio