En la unidad nos hacemos comunidad

Hace unos años José Luis González escribía el famoso cuento de La noche que volvimos a ser gente. Su ubicación es en Nueva York y relata la historia de un empleado  puertorriqueño en una fábrica. Se entera que su esposa está a punto de dar a luz mientras continúa su jornada de trabajo. Al salir en el “subway” para llegar a ser parte del parto de su esposa, ocurre un apagón en pleno tramo en dirección a su casa y quedan varados en los rieles subterráneos de la ruta. Lo que parecía ser una día maravilloso, se había tornado en ansiedad superlativa. La tensión del tiempo se había apoderado de la expectativa del alumbramiento y con ella la posibilidad de no ver el nacimiento de su retoño.

Así vivimos en estos tiempos. Las expectativas de un nuevo tiempo son quebrantadas por los apagones del camino. Intentamos planificar para lo mejor, pero nos encontramos con los eventos que obstaculizan la meta. En el cuento de González ocurre que esperando que se pueda dar a luz, las personas se quedan sin luz. Hay que organizarse y con ellos alumbrar los túneles que aunque con mayor lentitud, nos pueden llevar a flote.

En el cuento de González, el jornalero que no tiene nombre, llega su casa y en medio de tanta oscuridad puede escuchar el llanto de su hijo que ha nacido en medio del apagón. Allí, entre tantas personas, lo mira junto a su esposa y celebra que ha nacido. Se une a un grupo enorme de vecinos que ante la falta de luz, contemplan las estrellas y en la azotea cantan juntos para hacer de ese momento ingrato, uno memorable. De ahí que el autor termina diciendo que ese día fue la noche que volvieron a ser gente.

En los pasados días hemos atravesado varios eventos que nos han hecho revivir la dificultad de reponernos ante el azote devastador que tuvimos hace dos años con el huracán María en Puerto Rico.

 El paso de Dorián por las hermanas islas de las Bahamas impactó con violencia su tierra y con ella ha traído una destrucción sin precedentes que tomará mucho tiempo en recuperarse. El dolor y urgencia de apoyo es inminente. Nos toca apoyar y establecer lazos de apoyo porque también hemos atravesado el valle del dolor de un ciclón como este y nos toca, más que ser solidarios, entender que somos hermanos. Estamos llamados a ser comunidad y para eso debemos andar en unidad. Jesús constantemente habló de vivir en unidad como agente de credibilidad. Así lo destacó en el texto: “No te pido solo por estos discípulos, sino también por todos los que creerán en mí por el mensaje de ellos. Te pido que todos sean uno, así como tú y yo somos uno, es decir, como tú estás en mí, Padre, y yo estoy en ti. Y que ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste” (Juan 17:20-21, NTV).

La iglesia no es un edificio al que vamos, sino, una familia a la que pertenecemos. El reto está lanzado. Hay que amar y servir. Estamos llamados a ser comunidad y con ello, ser iglesia. Así lo destaca el lema de nuestra denominación: En lo esencial, unidad; en lo no esencial, tolerancia; en todo, amor.  Vivamos en unidad. Seamos comunidad.

La falta de luz no es indicativo de que no se puede dar a luz. El alumbramiento está acompañado de dolor y entre tanta confusión, el llanto siempre es canción de alegría pues refleja que hay vida. Una relectura de González con un reenfoque teológico sano, no se reduce a la noche de volver a ser gente. Deberíamos pensar en el momento de volver a ser iglesia. Para eso, tenemos que vivir en comunidad y con ello, abrazar la unidad.

Bendiciones,

Eliezer Ronda Pagán