«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lucas 23:46)
Se trata de las últimas palabras pronunciadas por Jesús, justo antes de morir en la cruz. Se puede saber mucho de un hombre por lo que escoge decir en el momento crucial de su muerte. Y aquí no se trata de un hombre cualquiera, ni se trata de una muerte cualquiera. Se trata de la culminación de un plan concebido desde la eternidad en el corazón de un Dios amoroso. Un plan para la redención del hombre. La cruz es la culminación de dicho plan.
Dicen algunos estudiosos que, de las siete expresiones de Jesús en la cruz del calvario, las que aparecen enumeradas desde la cuarta hasta la séptima se dijeron en forma corrida como parte de un mismo pensamiento. Una narrativa que habla de esa culminación del plan de Dios en la cruz del calvario. Cuando Jesús pronuncia el “por qué me has abandonado” nos está hablando de la razón de sufrir esa muerte, y de sentir ese abandono. Es que estaba tomando nuestro lugar, de enemigos de Dios, separados de Él por el pecado. La frase “consumado es”, justo antes de la de “en tus manos encomiendo mi espíritu”, nos habla de la consumación de la paga de nuestro pecado, que es muerte. Tomando el lugar del hombre pecador Jesús termina pagando con su muerte por un pecado que él no cometió, pero lo cargó en la cruz en nombre nuestro.
Se trata de un hecho verídico, histórico. El conocimiento de tal evento es meramente información. Pero el reconocimiento y aceptación de dicha muerte expiatoria, aceptándola como regalo de Dios, es mucho más que información, es salvación. En nuestra reflexión invitamos a mirar estos eventos más allá de su realidad histórica, a ver su implicación en nuestra vida:
Debatíanse estudiosos
sobre la historia romana
lo que a Cristo sujetaba
al madero ignominioso.
A un Cristo victorioso,
¿qué era lo que le aguantaba?
¿Qué era lo que sujetaba,
si eran clavos o eran sogas?
Ni eran clavos, ni eran sogas
lo que a Cristo sujetaba.
Es que yo necesitaba
con gran desesperación
tan costosa redención
que con sangre allí pagaba.
Ni eran clavos, ni eran sogas
lo que a Cristo sujetaba
Fue el amor con que me amaba
Fue su grande corazón,
por mi eterna salvación,
a la cruz se sujetaba.
Decíamos al principio que no se trata de un hombre cualquiera, ni de una muerte cualquiera. Se trata de Jesús el Hijo de Dios quien se hizo hombre para enseñarnos a vivir, y también aquí nos enseña a morir. La frase pronunciada: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”, nos enseña que eso que llamamos morir no es sino un tránsito, el mudarnos de este mundo a los brazos del Padre.
No se trata de un final, sino más bien de un comienzo en un lugar infinitamente mejor. Cantamos con emoción coritos como “para mí el vivir es Cristo, para mí el morir es ganancia”, pero ninguno sentimos prisa por morir. Aquí Jesús nos invita a reflexionar sobre el hecho de que al vivir con Él en nuestro corazón tendremos victoria garantizada desde el cielo, o en el cielo. Cuando morimos “en Cristo” entramos a lo que el teólogo NT Wright le llama “la vida después de la vida”.
Finalmente, es interesante que las expresiones de Jesús en la cruz comienzan dirigiéndose al Padre: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc. 23:34), y terminan también dirigiéndose al Padre “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Vemos a nuestro Salvador en control de todo el proceso, de principio a fin, y en comunión con su Padre. Lo vemos en victoria, no en derrota:
Victorioso y satisfecho,
terminada ya en victoria,
concluyendo esta historia,
viendo que "todo está hecho",
llenando de aire su pecho,
mi Jesús se despidió.
A su Padre oró y pidió
Ya, con todo consumado,
y poniéndole en Sus manos,
su espíritu encomendó.
Edgardo Muñoz